La capacidad de experimentar placer y dolor es el distintivo de la sensibilidad y la conciencia. Los datos disponibles apoyan la idea de que los animales son sensibles, como también apoya la afirmación de que los seres humanos son sensibles. Es decir, sabemos que los animales experimentan placer y dolor de la misma manera que sabemos que los seres humanos experimentan las mismas sensaciones.
El ejemplo más claro es que muchos animales muestran el comportamiento habitual ante el dolor: gemir, aullar, retorcerse, buscar el origen del dolor para evitarlo, etc. Al igual que podemos suponer que un ser humano sufre si exhibe este tipo de comportamiento, podemos también suponer que un animal también sufrirá. Hay incluso estudios fisiológicos que apoyan esta afirmación: el sistema nervioso de muchos animales es muy similar al nuestro, y sus cuerpos reacciones de manera muy parecida a la nuestra cuando se les hace daño. Por eso, no hay ninguna buena razón para negar que los animales sientan dolor.